
La noche se vestía de miedo, augurando un declive anunciado en todos esos besos soñados, esos que no se darían y ya alcanzaban el firmamento con su inevitable agravio. Allí, donde nadie era capaz de percibir el suave viento otoñal, donde nadie reclamaba palabras de vanidad, Dante acariciaba un sueño marchito, con el egoísmo propio de su cabeza, ideaba la pertenencia como una dominante forma de la realidad.
Y es que ese fruto prohibido escapaba del deseo furtivo que latía en sus venas. Cada tarde, se situaba cerca de una ancha plaza, los faroles encendían el ardor de sus luces, y ella, pura y sublime, surgía por el balcón con el blanco cabello ondeando.
Era en ese preciado instante cuando su corazón moría un poco, su vida dejaba de ser vida para sumirlo al naufragio de un corazón desvelado. Dante sentía renacer la esperanza cada tanto que alzaba sus ojos para contemplar el aro de luz plateada brillando en lo valioso del firmamento.
No podía evitar ahogarse en sus pesados pensamientos, en explicaciones absurdas que no conseguían calmar su preocupada curiosidad. Pronto, las noches se volvían eternas, incapaces de satisfacer su amor, y con el alma rota, se decidió a emprender un quimérico cometido.
Buscando satisfacer ese rotundo deseo, se empecinó en alcanzar la alta cúspide del edificio, ese en el que ella, puntual cada anochecer, hacía gala de presencia. Su situación no contribuía al ímpetu de sus decisiones, abandonado al fracaso, concebía una última esperanza de vivir, al menos dirigiendo un par de palabras a la dueña de sus suspiros, a la diosa afable que jamás reparaba en esa presencia desconocida que acudía cada tarde a admirar su delirante belleza.
Iris, ese era el nombre que recibía su adorada beldad, no ignoraba por completo los absurdos intentos de Dante por acercarse a ella, y aunque sentía una intrigante curiosidad por conocerle, no se daba crédito a satisfacer semejante capricho.
Nacida de la noche y el viento del sur, no era del todo humana, solo era el resultado de miles de años contenidos, de la irá de los hombres, y la benevolencia de los Dioses. Poseía un alma sujeta a extrañas condiciones, y aunque lo quisiera, no podía sentir amor u odio hacia ninguna otra criatura, era la condena recibida a cambio de los días de vida. Por las noches, subía al firmamento acompañada de las estrellas, donde permanecía erguida con aires de ninfa hasta la pronta salida de su hermano el sol.
Era un compendio de emociones las que movían a Dante aquel día frío, la lluvia azotaba las pobres vidas de la tierra, el aire se sumergía en el fragor del invierno, uno sin garantía de un poco de fulgor.
Eran días tristes, Iris pasaba la mayoría del tiempo en el firmamento, y él ya no tenía la capacidad de observarla en su forma humana. Decidió que era momento de actuar. Poco antes de la llegada del día, escaló con frenesí la empinada estructura, no sentía el dolor en sus dedos magullados ni el cansancio en su cuerpo, eran hilos invisibles los que lo movían hacia un cielo de cristal, hacia un paraíso desconocido que creía podía encontrar.
Poco faltaba para la salida del sol cuando alcanzó el inmaculado balcón, el lugar secreto que frecuentaba solo en sueños. Su pecho se agitaba tras finalmente alcanzar ese soplo de viento, ese suspiro dejado que nunca pensó merecer. El resplandor pintó el alto cielo de porcelana, los grises y dorados se fundían con la llegada del amanecer, en un melódico canto. La luz dio repente, como un sutil destello blanco, y casi sin notarlo, allí estaba ella, con los níveos cabellos cayendo como una cascada, con los ojos felinos atizados por el fuego y los labios dorados abiertos.
Dante, en medio de su emoción, la tomó por los brazos forzándola a rendirse a su fuerza, era una ninfa de delicada sutileza, por mucho que forcejeara e intentaba escapar no consiguió más que lastimarse. Finalmente cayó bajo un poderoso sueño, un instante fugaz en el que las fuerzas le abandonaron obligándola a rendirse. Así Dante, sin quererlo la llevó lejos de allí, hasta su pequeña cabaña situada en el centro del bosque. Junto al calor de las brasas finalmente volvió en sí, el horror de hallarse retenida en semejante oscuridad le aterraba, y casi sin notarlo se echó a sollozar en un incomprendido silencio. Debía volver a la hora indicada, no podía faltar a la promesa cotidiana que con tanta vigilancia se le había encomendado, así pues, recluida al infierno, faltaría a su tarea.
Él no cabía en sí de felicidad, finalmente poseía a Iris, no de la manera que hubiese querido, pero frente a ella no imaginaba obstáculo que no la obligara a amarle. Pero Iris, consciente de la terrible falta que cometían, enfermó, su luz empezaba a apaciguarse y poco después, su captor comprendió que no era feliz. Y él tampoco lo era, muy a pesar de haber cumplido su sueño, entendía que no podía hacerse como el dueño de alguien que jamás le perteneció.
Aun así, que difícil resultaba desprenderse de tan gloriosa compañía, acostumbrarse a la pavorosa idea de haber tocado el cielo y regresar al infierno, el dolor nuevamente se instalaba en su pecho…
Volvía a morir, su alma se alejaba de la pequeña cabaña en la que pensó concebir la dicha, donde por una vez atajaba ese pequeño pedazo de cielo que le correspondía. Y sabiendo que en el amor nadie poseía, decidió dar el fatídico paso para devolver a Iris a su lugar.
Ella no poseía ya las fuerzas para volver a andar, castigada en la debilidad, Dante se vio en la obligación de llevarla a cuestas.
Hasta entonces no comprendía el error que cometía, simplemente abordaba ideas tenues entre el querer y pertenecer, torturándose entre pensamientos desmedidos mientras su cuerpo se debatía en la laboriosa tarea de devolver a la ninfa.
Iris iba desvaneciéndose entre la oscuridad del bosque, su vestido de seda clara ahora resultaba áspero y lucía marchito. ¿Había matado con tanto empeño por ser merecedor de su amor? Era un trazo del Dante que había sido, se arrodillaba ante el sol dejando que las lágrimas le corrieran, Iris se perdía en sus brazos, entre matices grises la observaba sumirse un sueño letal.
Los susurros de miles de voces zumbaban en sus oídos, el fin del mundo se alzaba frente a sus ojos, un frío inclemente envolvía sus gastado brazos, mientras él, en un último intento por liberarla se aferraba como un niño a sus manos, Iris permanecía inmóvil, con los párpados caídos y el cuerpo desvanecido, las sombras se mecían sobre ella como las olas de un mar negro, reclamando su parte en aquella injusta decisión, Dante solo quería alzar la mirada y que el rumor detuviera su canto, que el batir de las alas oscuras cesaran de dar a su rostro.
La sangre corría bajo sus pies, Iris se deslizaba en sus aguas gélidas, ahogándose en la tortura del adiós… De su garganta escapó un grito, era el nombre de ella, sonaba lejano, ella no lo escuchó, seguía sumida en un sueño mortal. Dante quiso asirse de su mano, intentar acariciar por última vez la dulce piel de un ángel, pero un repentino zumbido se lo impidió, el batir de las alas alzó el vuelo, los ojos de la muerte parecían susurrar, y cuando creía que el fin llegaba, el terso sonido se detuvo. Palpó a su lado en busca de la mano cálida de Iris, pero en lugar de ello se topó con la hierba húmeda.
Buscó a un lado y a otro, Iris había desaparecido ¿Cuántas veces podría morir por ella? Una brillante luz dio al rostro, entonces alzó la vista, sus ojos tropezaron con un cielo claro y despejado, en el centro, brillaba la enorme luna derrochando plata. Ahora sabía que Iris permanecería allí, dispuesta a acompañarlo cada noche, desde su entorno, bajo su comodidad, sería solo de él sin llegar a pertenecerle, y Dante lo entendía, la amaba, de una manera loca y desbocada, solo sabía que no podía ser el dueño de una joya tan inmaculada.
nuy buen desarrollo- atrapante gracias por compartirlo
Muchas gracias a ti. Me alegra que te gustara, saludos
Así pues, nunca hubo un hombre en la luna, sino que es una mujer 🙂
Un bonito relato corto, la verdad, que se centra en los sentimientos pero no resulta empalagoso ni repetitivo. Una búsqueda enfermiza condenada al fracaso con reminiscencias (a mi entender) de algunos cuentos clásicos y leyendas mitológicas. ¡Me ha gustado!
Muchas gracias, me alegra que te gustara, es un gran ánimo. Saludos 🙂
Un cuento precioso, me ha encantado
Dos veces lo he leído, ¡dos! La segunda desde la cama.
Mil gracias por leerlo ?? un abrazo navideño
Meencanto la forma en que desplazas los versos y cada palabra, simpemente me encanto gran trabajo.