
III Parte
La marea de la muerte
El viento lúgubre envolvía la furia de las montañas. Había sido un viaje largo, cansino, y algo tormentoso. Tras días a pie, y otros más en el barco, finalmente conseguían llegar hasta el fin del mundo.
Ese lugar remoto los recibía con la tristeza de un reino muerto. Los reyes ya no gozaban de la gloria pasada, las tumbas se volvían para reclamar el esplendor que con tantas batallas habían garantizado, ya no quedaba nada.
Sentía los músculos agarrotados. Apenas y se movió en la proa, veía a los marineros ir y venir manteniendo la distancia con la hechicera. Nadie osaba acercarse demasiado y él no podía culparlos. Seguía poniéndole los pelos de punta, con sus túnicas delgadas, con sus ojos filosos que siempre lo miraban.
Emprendían una misión suicida. Una de la que esperaba pudiese salir victorioso, y sin el peso de Kira encima. Sabía que era riesgoso, intuía que Karsos en su momento habría sentido dudas respecto a ella, pero él no podía dejar que Kira conservara su puesto en el concejo. Era peligrosa, despiadada, estaba llena de un sutil veneno, no de los que matan el cuerpo, de los que te quitan el alma.
La leyenda de las brujas de Sigmund seguía dándole vueltas en la cabeza. De niño era la historia que su madre solía contarle, le hablaba de esos seres malvados que un antiguo rey convirtió en piedra. Y aunque a su corta edad lograban atemorizarlo, de adulto comprendía que no existía mayor miedo que la pelea, las espadas y la guerra.
Ahora parecía una nimiedad, una en la que ni siquiera creía. Si llegaban a las Mareas de la muerte lograría acabar con las ideas de la hechicera.
Eru no podía confiarse. Era el rey, y por mucho que quisiera desistir de sus intentos, comprendía el enorme peso que atraía el poder. Sí, unas buenas faldas y el mejor vino no le faltaban, pero lejos de disfrutarlo y complacerse en esos placeres rutinarios, se concentraba en pensar en su ejército, esos hombres enterrados a pie de colina, la amenaza de la guerra que pendía sobre su cabeza.
-Algo te preocupa – Susurró la voz cálida de Kira en su mejilla – puedo ver que piensas en Girón y tus hombres, cuando despertemos a las brujas, la presión disminuirá, te aseguro que serán de ayuda.
Él la miró con amargura. Estaba convencido de que la mujer llevaba años planeando aquello.
-¿Por qué Karsos nunca aceptó hacerlo?
La hechicera se encogió de hombros y se acercó más a él.
-Era un cobarde, como muchos otros hombres que se hacen llamar guerreros. Lo desconocido le daba miedo y no le permitía salir de la comodidad del valle.
Él no podía culparlo. Si le hablaban de despertar un poder despiadado capaz de cambiar el curso del mundo, también sentiría miedo. Era aguerrido, pero sobre todo humano, y para su mala suerte, derrochaba algo conocido como sentido común.
-Tú no tienes miedo – soltó ella de pronto como si pudiese leer sus pensamientos – Sientes una vaga curiosidad por lo que encontraremos más allá, por ver las estatuas y sentir que todo esto fue un fraude.
No podía decirle que no. Tenía más ganas de ver ese lugar maldito que esperar las consecuencias de su llegada.
Kira parecía mantenerse en calma. Se arrebujaba en la ancha capa y miraba el horizonte de vez en cuando. Realizaban el viaje junto a una docena de soldados, todos ellos dispuestos a servir a su nuevo rey y entregar su vida en una tarea que parecía imposible.
Antes de marchar recibieron amenazas de los reinos contiguos. Nuevas magias se despertaban en los límites desconocidos, y todos los reyes esperaban unirse y enfrentar ese poder dormido que ahora despertaban. En cuanto los rumores del nuevo rey se extendieron, muchos pensaron en alianzas, tras enterarse de la presencia de la hechicera retiraron sus palabras. Nadie estaba dispuesto a tender su mano a un rey que se vinculaba con la magia, mucho menos lo estarían si se enteraban de la finalidad de aquel viaje.
Llevaban dos décadas en una lucha de magia. Corona contra hechiceros, fuerza bruta contra una naturaleza asombrosa, y aunque él podía entrever los riesgos que poseía la magia, no dejaba de creer que un pacto podría tener más beneficios que daños. Desde luego, esto solo lo mentalizaba, si llegaba a manifestarlo en voz alta su imagen quedaría destrozada. Muchos de sus hombres habían perdido a sus familias como una terrible consecuencia de esos días de lucha, y aunque ahora su reino estaba desterrado de las alianzas, todos esperaban un nuevo pacto con los hombres del norte, algo que él estaba dispuesto a materializar para llevar la seguridad a su gente.
El panorama era caótico. Magia, guerras y ambiciones.
El mundo se sumergía en los deseos de un poder perdido. Y aunque los reyes se empecinaban en dominar y exterminar a los hechiceros, él podía intuir una especie de mundo nuevo, en el que se aceptaran las diferencias. Desde luego, pensaba en Kira y sus ambiciones y aquello se venía abajo ante sus ojos.
No quería criminalizar a toda una población solo por su experiencia con ella. Era cierto que no conocía otros magos, pero no por eso podía creer que todos fuesen egoístas y oportunistas como Kira.
-Mi señor – Anunció el capitán del barco acercándose hasta su lugar – hemos llegado a las Mareas de la muerte. No podemos ir mucho más allá.
La mujer hizo un gesto afirmativo, y con un movimiento de manos restó importancia a los inconvenientes.
-Necesitaremos un bote pequeño que nos lleve hasta la isla – Replicó ella con confianza.
Unos minutos más tarde, estaban sobre un bote pequeño junto a sus hombres. Podía ver los movimientos nerviosos mientras se pegaban unos a otros. Kira había exhalado un humo negro invocando una bola de fuego que los arrastraba en la calma del mar. Hubiese preferido remar, pero ella no lo permitió de ninguna manera.
-Guarde sus fuerzas para luego – Fue lo único que alcanzó a decir.
No rechistó. Aquel lugar parecía sumido en la bruma, y una sensación repentina de pesar se extendió por todo su cuerpo.
No era el único, los hombres parecían decaídos, con la mirada sombría y la boca entreabierta, no hablaban, no reían, no miraban. Las sombras de ese lugar melancólico empezaban a tentar sus almas.
-Le dije que no eran necesarios – Explicó ella ante sus ojos confundidos – Se quedarán en la playa esperando, no son útiles, no tienen el temple necesario y mi magia no es suficiente para protegerlos.
Todos se quedaron allí en la orilla, mirando como Eru y la hechicera enfilaban por un estrecho camino que daba a una montaña dorada.
La noche brillaba con los lúgubres temores de su rey. Caminaban en el silencio, sin mediar palabra y casi sin voltear a mirarse, él solo seguía sus pasos, convencido de que pronto podría dar la puñalada final, deshacerse de una vez por todas de ella.
Avanzaron por el desfiladero hasta llegar a la entrada de una cueva.
Él iba a continuar cuando ella lo detuvo con una mano, empezó a quitarse la capa y dejó las botas en la arena.
-Debes entrar limpio, ningún deseo dañino puede guardar tu corazón.
Eru se limitó a dejar parte del peto y la espada, no le gustaba ir tan desarmado a un encuentro con lo desconocido.
Se adentraron en la oscuridad, un rayo de luz destilaba la mano de la hechicera y era lo único que les permitía ver por donde caminar.
El rey cargaba con una extraña sensación que le oprimía el pecho, un aliento que flotaba en torno a su ser. Le dolía el alma, un sudor frío empezaba a extenderse por toda su espalda mientras que los ojos se le nublaban.
De pronto una llama bailó a sus pies y el dolor lo doblegó, hincó las rodillas sintiendo como la cueva giraba en su cabeza. Escuchaba los gritos de la hechicera, como una terrible maldición que le perforaba la mente.
Todo volvía del negro al gris, en una incesante lucha por deshacerse de sus ropas, el calor lo abrasaba, y por mucho que se retorcía, este no cesaba.
Una luz de aire le cosquilleaba las costillas, quería perder el sentido ya, cualquier cosa podía resultar mejor que aquella agonía.
Pero seguía despierto, lúcido y ardiendo. Se contuvo reteniendo el aire en sus pulmones, los fantasmas del pasado volvían a asediarlo con la certeza de que cobraban venganza. Una cruel y eterna represalia que le arrebataba su naturaleza. Las garras se entornaban en su pecho, los gritos clamaban a lo lejos, entonces la luz lo tomó por el rostro y pudo ver la sonrisa decepcionada que se dibujaba ante sus ojos.
La daga que escondía salió despedida por los aires, una brisa acarició su rostro y el mundo se detuvo.
-Te dije que debías entrar limpio ¿Por qué razón traerías un arma a este lugar?
Él la miró con odio y ella comprendió su error. Nunca había querido despertar a las brujas, solo ansiaba deshacerse de ella, enterrarla en el foso de los recuerdos y no volver a lidiar con la hechicera.
-Te falta inteligencia, pensé que serías mejor. Ahora levántate, tenemos que despertar a las brujas.
Obedeció. Más por el imperativo de su voz que por el cansancio que lo consumía. Le siguió el paso como un cachorro que no tiene dueña, replicando por lo bajo, consternado ante su fracaso.
Llegaron hasta un enorme altar de piedra. Allí relucían tres enormes figuras de cristal, tres mujeres altas en una forma celeste, condenadas a la eternidad.
Podía ser su momento, solo necesitaba golpear la cabeza de la mujer contra la piedra, necesitaba la fuerza de sus manos y arrancarle la vida a pedacitos.
No lo hizo, la dejó proceder, convencido de que la magia de ese lugar obraba a favor de ella, después de todo el mundo vería la guerra, después de todo comandaría a su pueblo hasta el final de los tiempos.
Puedes leer las primeras partes aquí:
El festín de la muerte I: después de la guerra
El festín de la muerte II: las decisiones
Esta historia me está encantando, tiene todo lo que me gusta de la fantasía y el misterio, espero leer una próxima entrega muy pronto
Espero leer la continuación pronto, me gusta esta saga de relatos y me tiene intrigado