
II parte
El fuego acontecía en los corazones de un ejército derrotado. Los fantasmas del pasado se alzaban injuriando tras los años arrebatados, en una lucha infinita, donde la línea que separaba a los buenos y los malos se volvía ambigua.
Desertaban los cobardes que no poseían el ímpetu de la batalla, de la supervivencia, entonces morían las canciones, y con ellas, los héroes.
El consejo de guerra se presentaba como una de las contrariedades que Eru no pretendía enfrentar. Había imaginado que tras la muerte de Karsos las cosas resultarían fáciles, pero nada más alejado de la realidad. La verdad era, que con la muerte del antiguo rey, los problemas solo estaban a la orden del día. Y aquella excursión no era la excepción.
-¡Esto es absurdo! – Bramó uno de los hombres dando un golpe contra la mesa – Creéis que porque el mundo juega a vuestro favor el consejo se doblegará ante un rey sin mérito alguno.
Algunos hombres manifestaron su apoyo susurrando y asintiendo quedamente. A lo largo de la mesa se encontraba una docena de hombres, todos ellos veteranos de guerra, hombres que habían inclinado en su tiempo las rodillas ante Karsos, y ahora debían hacerlo ante Eru. Tal vez su vaga trayectoria no era suficiente para mantener unidos a esos hombres del sur, pero probaría cualquier medio para ganarse su devoción, además, un nuevo enemigo se alzaba y no había que doblegarse ante peleas insulsas cuando necesitaba un ejército de guerreros poderosos.
-Estoy harto de la guerra, perdonadme que os lo diga – manifestó un anciano de capa corta – he prestado mis tropas al rey en todo momento, pero seguiros en un plan que no tiene más objetivo que recuperar unas cuantas tierras es una misión suicida. Hemos de olvidar las fronteras y garantizar el orden donde realmente nos importa.
Podía ver el cansancio en sus rostros añejos, pero necesitaba de esa experiencia que en su momento había llevado a Karsos a la gloria, esas espadas que lo habían convertido en un conquistador.
Él se convencía de que en ese mundo no existían los héroes, esos míticos guerreros que se ganaban canciones en medio de hazañas y proezas se encontraban extintos. Allí solo quedaban viejos soldados muy cansados, acostumbrados al acero, a la pérdida y a la muerte.
¿Acaso él no estaba también asediado por culpa de la guerra? Había visto caer a tantos, había probado la sangre y el hierro, y sin embargo ahora suplicaba lealtad y nuevas espadas, nuevas vidas para enterrar al pie de lejanas colinas.
Sí, lo cierto era que siempre había abogado por la paz proclamando que los pactos y las alianzas eran mejor que las lanzas. Pero una nueva era se alzaba, y no podía permitirse ser el rey de la pacificación, no cuando sus tierras eran invadidas por aquellos hombres desprovistos de rostros. Y es que cada día los rumores aumentaban, se expandían sembrando el horror entre su gente, en un pueblo que aún no alcanzaba a confiar en su nuevo rey.
La carpa se abrió y una figura se adentró sin mediar palabras. Todos se giraron en silencio para observar como la hechicera se deshacía de las pieles que le envolvían el menudo cuerpo. Sus ojos de oro se encendieron al encontrarse con los de su rey. Decidió restar importancia de su inoportuna llegada y situarse justo al lado de Eru sin mediar palabra.
Kira era más una molestia que una ayuda.
Frecuentaba entrometerse en todos sus planes y esto acababa por ponerle de muy malhumor. Hacía días se había marchado a las laderas del oeste esperando tener una constatación de sus terribles temores.
-Una amenaza se cierne sobre nosotros, si vosotros estáis cansados, permitidme que se los diga, pero no habrá descanso una vez que lleguen a vuestras tierras…
De nuevo el murmullo se alzó.
Eru esperaba despertar el espíritu dormido de aquellos hombres. Comprendía la poca confianza que mantenían en él, se avecinaban días duros en los que necesitarían todos los recursos del reino, incluso necesitaba a la temida hechicera.
-Mis ilusiones de compasión y misericordia se han venido abajo – interrumpió Kira alzándose en la mesa – Si pretendía imponer una era de paz y unión, debo deciros que he fallado en mi cometido. El horror ha venido al mundo, un horror que arrastra ríos de sangre, donde la muerte seca camina a ciegas en busca de nuevas víctimas, y es un enemigo antiguo, uno al que el propio Karsos no osaba desafiar.
Él la observó sin inmutarse a replicar el comentario. No sabía lo que habría visto la hechicera, pero algo en el semblante de esta le auguraba que sus temores eran ciertos. Si la profecía era irrefutable, el mundo se sumiría en la oscuridad perpetua, el horror de la muerte rondaría por los anchos caminos de sus tierras.
-Pues yo espero ansiosamente el día en que pueda probar el filo – Había hablado Girón, el segundo al mando de Eru, hombre de confianza, valeroso y temerario – hace mucho que mi espada no prueba la carne, vendría siendo momento.
El consejo presionó su mirada en el retorcido comandante, Girón restó importancia y continuó afilando su espada, como si el mundo se redujera a eso.
-La guerra es inminente – replicó Kira intentado atraer la atención – pero también lo es la pérdida de nuestro imperio, solo habría una manera de obtener una victoria y me temo que esto no será del agrado de nuestro rey.
Eru le dedicó una mirada acusatoria en tanto que ella buscaba el apoyo de Girón, este se encogió de hombros poco dispuesto a admitir que prefería una victoria.
-Hablad – la instó el rey esperando poder acabar con aquello de una vez.
-Hace siglos, las brujas del rey Sigmund duermen convertidas en piedra – Algunos lanzaron bufidos y otros entornaron los ojos entreviendo alguna idea desquiciada – Con ellas se oculta un poder ancestral que ha sido prohibido a los mortales, un poder tan grande que podría incluso despertar a los gigantes de piedra y derrotar a los seres de la oscuridad.
-¿Y cómo despertamos a esas perras mi querida hechicera? – La voz de Girón había interrumpido la aportación de la mujer, Kira no se inmutó, no era la primera vez que pretendía convocar semejante poder, y esta vez se imaginaba con la batalla ganada, sus ojos ambicionaban eso que durante años Karsos le había negado, ahora llegaba su oportunidad.
-La guerra se acerca, y mientras vuestros hombres se despliegan intentando salvar nuestra frontera, el rey y yo nos adentraremos en las mareas de muerte buscando despertar a las brujas de Sigmund.
Un aullido aplastante entonó la aprobación del consejo de guerra. Eru la miró alzarse con su victoria, convencido de que era el rey de la nada.
-Tenemos mucho por hacer mi Lord. Si me permite, nos vemos a la primera luz del sol.
Y se marchó. Eru tenía batallas que enfrentar, lidiar con aquella tormenta era un mal menor que a fin de cuentas poco le preocupaba. Pero la hechicera tenía motivos que escapaban de su entendimiento.
-Me temo que se avecina un vendaval, y te encuentras en la mira de este – Fue todo lo que Girón alcanzó a decirle.
El rey sabía que su lucha no había acabado al sentarse en el trono. Una nueva guerra descendía a sus pies, como una perpetua amenaza que cambiaba constantemente de forma, él seguiría a la hechicera, y si era necesario, sería el precursor del golpe fatal, no se permitiría dejarla despertar a las brujas de piedra. Si ese poder dormía, entonces que lo hiciese por siempre. Mientras tanto daría tiempo, el necesario para que la batalla comenzara y la lucha se desafiara, solo era el inicio de sus planes, y por suerte, marchaban como esperaba. No habría cánticos de muerte, solo el aullido de la victoria. Para vencer, necesitaba más valor e ímpetu que el necesario para matar enemigos en el calor de la batalla.