
El campo blanco se sumía en el frío de un invierno poco anunciado. Allá, en los altos páramos, podía escucharse el lamento de un ejército enterrado, de hombres sin familias que se abandonaban al letargo de un adiós aclamado. En tanto el pantano de fuego barría sus vidas, en una canción triste que sus gargantas nunca entonarían.
Meldië podía anticipar el miedo que se despertaba en su pueblo. Tras el final de la gran guerra, se esperaban tiempos de paz y conciliación, se anticipaban momentos de gloria para levantar un reino abandonado a las sombras.
La sed llegaba en medio de la muerte. Los días de gloria se vislumbraban como un pasado lejano, uno que no había durado lo suficiente. Ahora clamaban sangre, la de una hechicera que hacía llamarse reina, la de esa fría mujer que los había arrastrado al abismo y la miseria.
El corazón del invierno se agitaba bajo las gruesas capas de hielo.
Ella debía cargar con el peso aun cuando no quisiese hacerlo. Llevar la corona implicaba la responsabilidad y asumir en todo momento las culpas. Su padre, jamás había mencionado nada de eso, todo lo contrario, parecía muy dispuesto a repartir el acero y no fijarse en nada más que mantener su alcoba caliente gozando de buena compañía.
Pero Meldië era distinta, porque ella poseía las cualidades detestadas por todo un imperio. Era la hija de una hechicera, conocía las runas y además, solía llevar faldas, cosa molestaba mucho en aquellos tiempos, puesto que para ser poderoso, temido y respetado, se debía asegurar la legitimidad según lo masculino que fuese el rey, lo que implicaba un gusto excesivo por la sangre y la lucha de espadas.
-Mi señora – anunció uno de los guardias bajando la mirada – El conde ha llegado y espera en la antecámara.
-Hacedle pasar.
El caballero se marchó sin levantar el rostro, parecía asustado, como si el solo apreciarla pudiese ocasionar un daño interminable. Ninguno osaba mirar a sus ojos, a esos que recordaban tanto a la muerte. La reina se consideraba benevolente, podría haber sido muchas cosas hasta entonces, pero nunca una asesina. No realizaba sacrificios humanos ni bebía sangre como se decía, el mito precedía sus acciones, y se resignaba a creer que nada de lo que hiciese podría cambiar los rumores.
-Majestad – Se presentó el conde, un hombre alto de hombros anchos que asistía acompañado por su séquito, dos caballeros de armadura impecable – Los rumores son ciertos, tanto vuestro vasto imperio como el mito de absoluta belleza que la rodea.
Inclinó ligeramente la cabeza escondiendo una irónica sonrisa.
-Entonces habrás oído de mi buen gusto por los rituales y las torturas – Le contradijo ella de manera cortante.
-También, pero nos negamos a creer en ese gusto tan particular – Replicó el otro con humor al tiempo que tomaba asiento – Conocí a vuestro hermano y jamás hizo alusión de extrañezas en su compartimiento. Lo que es mucho decir si pensamos en el gran odio que os profesaba.
Su hermano había sido un valiente guerrero con poca cabeza. Si se tenía en cuenta las ansias desesperadas de este por conquistar otras tierras, y sus intentos insatisfactorios por alcanzar alianzas, se podría llegar a pensar que era un gran estratega. Lo cierto era que Horus, había sido tan necio como codicioso, y esa sed de poder lo había llevado a la tumba.
-A los muertos no hay que llamarlos – Le alentó ella dedicando una encantadora sonrisa – nos encontramos aquí por razones de estado, y me temo que esto no me complace en absoluto – Se hizo el silencio – hace poco mis hombres encontraron algunos caballeros que lucían orgullosamente el emblema de la casa Beriadan – Se levantó para aproximarse hasta el conde – me podría decir, ¿Qué hacían vuestros guardias en mi tierra?
Su voz fue suficiente para obligar al conde a retroceder en su estrategia, aún continuaba sonriendo solo que ya no parecía tan seguro de sí mismo.
-¿Acaso no me habéis invitado para hablar de unión y paz? – inquirió él en tono conciliador.
-¡Oh, por supuesto! ¿Cómo no habría de hacerlo? Mi pueblo sufre una peste que nos está llevando al borde de la extinción, mientras mi ejército se congela en los páramos sin recibir caridad de parte de una reina infame – Meldië suspiró.
-Pero majestad, es usted quien ha convocado al invierno eterno, es usted quien ha enviado a esos hombres hasta su perdición – El hombre volvía a recuperar la confianza regocijándose en los puntos débiles de la reina – No puedo hacer más que tender a sus pies y suplicar una alianza.
Ella lo miró confundida.
La casa Beriadan no era propicia a dar sin obtener nada a cambio, y el conde en particular no estaría dispuesto a ceder nada. Pero él estaba acostumbrado a lidiar con el rey, con hombres y luchadores.
Ella sabía que su padre no había sido muy diestro en pactos, cedía demasiado y obtenía muy pocos beneficios, lo que a la larga no ayudaba a un reino que parecía consumirse en el silencio. Pero por ser rey no se debía cuestionar su voluntad, cosa que no aplicaba si quien portara la corona era una mujer, ella debía ser vigilada, aconsejada y siempre su palabra se mantendría en duda, es que poco o ningún peso podía tener los vagos argumentos que una hechicera pudiese ofrecer.
Pero la reina no estaba dispuesta a perder la disputa. Además, no podía pasar por alto que esos hombres habían invadido sus tierras y ahora pretendían quitar peso a la ofensa.
-¿Qué proponéis? – cortó ella con dureza, no deseaba dar más largas al asunto.
-¿Qué podría ser mejor que unir nuestras familias por medio del sagrado y precioso vínculo del matrimonio?
Meldië estuvo a punto de tropezar tras escuchar la palabra que menos le gustaba. Sonrió para sí misma al pensar en la absurda vanidad que podría albergar el conde, un error que más pronto que tarde le costaría caro.
-¿Quién propones para unirse a vuestra monarca? – Replicó ella soltando las palabras en absoluta calma.
-Pues considero que no podría existir mejor candidato que un conde, es decir, me propongo yo – soltó él con la naturalidad asumiendo que el trato estaba hecho.
Ella podía haber acabado todo allí y desterrarlo de sus tierras para siempre. Pero no, pretendía llegar al fondo de sus intenciones.
-Ya veo. Solo que… – Se acercó lo suficiente como para incomodar a sus invitados – Solo que no esperaba que el día que decidiera casarme lo haría de una manera tan desprovista de afecto, de tacto. Además, no pensé que mi pretendiente fuese un hombre vulgar que propusiera alianzas determinando mis intereses a su antojo.
“Nunca he sido romántica por excelencia, bien sabéis que mi padre tomó a mi madre por la fuerza y heme como el resultado de tan maravillosa unión, pero si de mí dependiera, que por cierto depende, lo haría de otra manera.
Meldië sacó un largo cuchillo que llevaba guardado en las faldas y lo aproximó hasta la garganta del conde.
Sus hombres intentaron actuar con tiempo suficiente como para ser detenidos por los guardias. Entonces ella rió plácidamente y bajó un poco el filo hasta rozar el brazo de él, como si quisiera comprobar que el filo era suficiente para acabar con aquello de una vez.
-De ahora en adelante milord, las negociaciones y las propuestas las haré yo – Le susurró ella al oído – Y no os encontráis en posición de negaros a nada – se dirigió a uno de los guardias – ¡Soltad a ese y que se dirija a tierras del conde! Decidle al padre de vuestro señor, que solicito una audiencia y una propuesta que logre satisfacer mis intereses, no volverá a pisar mis tierras y me proveerá de un nuevo ejército. Eso, o le enviaré de regreso a su hijo picado en trocitos.
El hombre desapareció con el miedo palpitando en el pecho.
A Beriadan le quedarían las cosas claras. De una vez entendería que los rumores no nacen de la nada. Así Meldië se granjeaba una reputación, si pretendía imponerse y obtener el respeto en un mundo hecho por hombres, debía inspirar miedo, aunque aquello significará renunciar a los buenos métodos.
Que bien escribes no? es meterse en tu historia al instante. Yo le hubiera cortado los «colmillos»… =O)
Muchísimas gracias ? jaja yo se los hubiese cortado también, pero al final decidí ser benevolente jaja saludos
Gracias a ti por pasarte por mi rincón sino no te hubiera conocido =O)
Y me seguiré pasando! Un gusto leerte