
El templo de las luces perecía al abrigo de la noche. Un susurro sordo caminaba a tientas entre los lúgubres pasillos apagados, las velas se extinguían al leve paso de un viento negro, mientras las gargantas rotas contenían los suspiros entredichos a la luz de la cálida luna.
Las tres hermanas, acostumbradas al silencio, tejían en absoluta calma.
Ninguna alzaba la vista al cielo, solo se concentraban en sus ágiles dedos, en los ganchos y los hilos que con presteza, movían suavemente al compás de una tonada lenta. Aquellas hermosas jóvenes, eran las hijas del destino. Las de manos gráciles que en torno a un lienzo blanco, deslizaban el porvenir de los hombres, augurando los buenos vientos y las muertes venideras.
Nysa, la de suaves cabellos rojos, podía ver lo que había ocurrido, ese tiempo pasado que se unía al presente causando dolor y pesar. Sela, la de los ojos bellos, alcanzaba a ver y decidir lo que ocurría al momento, arrastrando lágrimas perpetuas, obligando a sueños profundos a los hombres rotos que eran traicionados por sentimientos impuros. En tanto que Edda, la del hermoso corazón de seda, poseía el don de vislumbrar lo que estaba por ocurrir.
Sus artes se entrelazaban plagando de misterios el infinito universo, otorgados por voces superiores a las que obedecían sin preguntar.
Así, las tres hijas del destino, forjaban la vida de los hombres que vivían al pie de las tierras de la ciudad de los Emperadores. Allí, donde las arenas de oro tocaban las altas cúspides, donde la existencia transcurría bajo las decisiones de sus dulces ninfas.
Edda, acostumbrada a presenciar lo que sucedería, era la más humana y complaciente. Eventualmente se regodeaba de absurdas felicidades humanas, deseando, escapar a la ciudad imperial y conocer la vida mundana de aquellos que le temían a la muerte.
Como hijas del destino, eran veneradas en los templos divinos, los hombres ofrecían regalos y flores a cambio de buenos presagios que muy pocas veces se encargaban de resolver. Su labor, tal vez sería más sencilla, si su hermana Sela, no disfrutara de enredar cabos y proferir agravios severos a simples mortales. Nysa, por su parte, al no tener una designación de prioridad, se aburría de sus tareas cotidianas, por lo que se confinaba a mover el pasado, trazando brechas que dejaban distintas oportunidades abiertas.
Cada atardecer, cuando el cielo se teñía de rojo, la Ciudad de los Emperadores sucumbía a la magia de lo eterno, de lo sublime.
Cada día vivían un poco más, acostumbrados a las miserias y el hambre, resurgían del terror acomodándose a la vida. Solo gracias a Edda, quien a pesar de intuir el inevitable declive de sus predicciones, intentaba hilar un porvenir grato a hombres puros y justos que luchaban por las causas correctas, se evitaban catástrofes terribles.
Solo así, la ciudad crecía y se embellecía, su gente era feliz, y a pesar de las torpes decisiones de Sela, su hermana siempre conseguía amoldar lo acontecido a un final feliz.
Edda vivía recluida en el templo de las luces junto a Nysa y Sela, de pocas palabras y escasa conversación, parecía ser la única que anhelaba probar esa vida a la que tanto se aferraban los mortales, por la que tanto suplicaban e hincaban sus rodillas. Una tarde, fijas en el hilar tranquilo, resolvió aventurarse y preguntarle a Nyssa, la menos severa, si alguna vez había querido visitar la ciudad.
Sus hermanas cesaron el gancho y la observaron consternadas, era imposible que alguna de ellas albergara ideas absurdas de una existencia humana, habían nacido del mar, de las olas y la espuma, eran la supremacía divina, y así debían mantenerse hasta el final de los tiempos.
Pero ella continuaba soñando con esa vida, aquella en la que las mujeres apreciaban el amor, en la que los hombres luchaban defendiendo sus vastos terrenos. Intentaba ver su futuro en los hilos pero ella no pertenecía a esa vida, quería trazar para sí misma un camino de felicidad, alejarse del templo al que se hallaba confinada, huir de sus frías hermanas a un mundo cálido en el que sol la despertara cada mañana.
Hizo uso de la voluntad de tantos siglos acumulada, de las ambiciones ciegas que alimentaba con los años.
No debía llevar nada, ni vestidos, ni joyas, ni sedas.
Alcanzaría a ser una simple mortal con el atrevimiento de forjar su destino y no el de los demás.
Edda se deslizó por los pasillos protegida por la oscuridad de la noche, sus pisadas ahogaban el eco de reproche que se sumergía en su rápido caminar. Echaba la vista hacia atrás esperando encontrarse sola y no ser sorprendida.
La luna brillaba con ímpetu en el firmamento, la brisa de otoño se mezclaba en un suave murmullo arrastrado a lo lejos, Edda alcanzaba finalmente las anchas escaleras doradas, aquellas a las que una vez se asomó temiendo el castigo de su padre, por las que deseó descender acompañada por el olor de las rosas. Cuando su pie descansó sobre el primer escalón, un fuerte tirón la tumbó de espaldas, por un instante creyó que una fuerza la obligaba a cumplir con la sumisión de sus hermanas, pero tras volverse y ver bien, encontró a Nysa y Sela frente a ella. Ambas llevaban los largos cabellos bailando, el rostro permanecía imperturbable y los ojos asemejaban a los cristales tenues moteados de un ligero tono azul.
-No puedes hacerlo – Le recriminó Sela con la barbilla titubeando – si nos dejas, ya no pertenecerás al templo, tendrás mil años y ninguna vida que vivir.
Ella la miró con suspicacia, una vez había escuchado que si alguna de las hijas del destino abandonaba el recinto, las tres serían desterradas al olvido, serían masacras por la luz del día y las vidas de millones penderían de un hilo fino que acabaría por romperse a merced del viento.
-Papá lo dijo, no puedes dejarnos, seremos cenizas, confinadas al olvido de los hombres miserables, sus vidas no merecen una decisión tan injusta – Sentenció Nysa, quien parecía tranquila, casi segura de que su hermana obedecería al mandato.
Edda las miró sintiendo en su interior el odio cobrar forma, ¿cómo podía obligarse a una eternidad en compañía de seres fríos carente de emoción alguna?
No toleraba la crueldad, siempre se había creído justa y correcta, en tanto que sus hermanas perseguían fines egoístas buscando siempre alimentar su vanidad y diversión. Podría morir con la confianza de un mejor porvenir, de igual forma, el templo perecía a cada instante, y con él, su alma se iba lejos a una oscuridad absoluta y siniestra.
No importaba lo que ocurriera, se había cansado de presenciar las desgracias ajenas intentando trazar hilos que los hicieran felices, se había cansado de obedecer a los deseos de Nysa y Sela cuando solo añoraba ser libre.
Sin detenerse a pensarlo, avanzó. Un rayo resonó a lo lejos cubriendo de niebla los cielos, las luces centellearon embargando de silencio el mundo entero, Nysa y Sela observaron a su hermana convertirse en viento, mientras ellas, se quemaban y eran arrastradas a las sombras de las que venían.
Edda finalmente era libre, como viento, recorrería los reinos sin trazar futuros inciertos, ahora los hombres eran quienes escribían el destino.
¡¡HOLA!! ¡¡ME ENCANTÓ!! Es genial y la manera en la que lo explicas, en la que describes y hablas de las cosas hace que el lector se vea obligado a meterse de cabeza a la historia 😀
¿Hay continuación?
Muchas gracias Airam, me alegro que te gustara. De momento no tiene continuación, pero me voy a plantear escribir una segunda parte. Saludos
Sensacional. Tienes una pluma genial. Mi única observación es que trataría de evitar un poco el constante uso de los adjetivos para que la historia se pueda leer con fluidez. Tal vez para uno, que lo escribe, es reconfortante, pero a veces está bueno leerlo como si fueras el lector de tus propias historias. Esta observación (que puedes considerarlo o no) correría para algunas oraciones, porque hay muchas que son preciosas. Por ejemplo: «El templo de las luces perecía al abrigo de la noche. Un susurro sordo caminaba a tientas entre los lúgubres pasillos, las velas se extinguían al paso leve de un viento negro, mientras las gargantas rotas contenían los suspiros entredichos a la luz de la luna».
Eres lo mejor de lo mejor que, hasta el momento, he leído en la red.
Muchas gracias, realmente me siento muy muy halagada. Tienes razón, mantengo un uso constante de los adjetivos que pueden entorpecer la lectura, es algo en lo que estoy mejorando y que me ha costado dejar de lado. Muchas gracias por la crítica, un abrazo.
Qué bueno que estás de acuerdo. Todos los días venía para conocer tu respuesta. Exacto, tantos adjetivos pueden entorpecer la lectura, pero la vas a romper, como decimos aquí, es decir, te irá muy bien. Habrá que ver qué tan lejos te lleva tu imaginación. No sé por qué pero apuesto que en otro momento escribirá algo por fuera del género de fantasía.