
La noche eterna se sumía en el rotundo batir de las alas de la muerte. Las casas vacías se sumían en el clamor inaudito de lo desconocido, de las sombras que acechaban en una espera impaciente sobre la brevedad de lo inmortal. Los días acaecían en una lucha de miedos, donde las voluntades se discurrían en un mar de tormentos, donde los guerreros perdían batallas, allí, en los claros desiertos abundaba la nada.
Los ejércitos detuvieron el paso acaecidos al encuentro de un nuevo dragón, uno que extendiese sus alas ensombreciendo las tierras, surcando los fuegos y sometiendo a la pena a quienes osaran alzar sus espadas contra un nuevo viento.
La lluvia calaba aquella marcha que discurría en el fin de los días. Gunnar caminaba acobijado en los pasos silenciosos de miles de muertos. Podía observar los rostros acechando desde la oscuridad, aguardando las penurias que al maltratado ejército le esperaban.
Era una legión de magos olvidados, condenados al destierro, a la lucha irracional por ganarse una entrada triunfal en un reino que los fustigaba. Aun así, el concilio se empecinaba en las viejas creencias de una maltrecha profecía, una, en la que Gunnar y la mitad del ejército ya no creían.
¿Era justo renunciar a la vida por cumplir las palabras de un oráculo que mentía? No, no lo era. Menos cuando habían dejado al pie de los caminos los cadáveres fríos de aquellos a quienes llamaban amigos. Eran cobardes, guerreros fríos a los que movía el sentimiento inútil por atraer una era de grandeza.
-¡Hay que marchar con prisa! – Gritaba con estupor la voz del comandante Stoke.
“Por supuesto, marchar, marchar” se repetía incansablemente Gunnar, quien, a diferencia del comandante, llevaba los pies al barro como la gran mayoría de los magos.
Las diferencias estaban bien establecidas allí. La gente como Gunnar y sus compañeros pertenecían a la escoria, a ese vil complemento que el ejército cargaba tras de sí solo para aumentar sus filas.
Habían pasado doscientas noches durmiendo a la deriva. Ya no recordaban cómo era la vida antes de estar sepultados en una aventura sin final. Para muchos, el viaje acababa en un abrir y cerrar de ojos, cuando de pronto la noche fría te reclamaba y por el día solo quedaban los trastos helados de lo que alguna vez habías sido.
Gunnar era un cobarde. Él no había escogido la marcha, el concilio había decidido su destino sin consultar qué era lo que realmente deseaba. Pero de eso se trataba la vida de aprendiz, de ser una pieza útil que se mueve al antojo de quienes están arriba en la cadena de mando.
-¿Recuperaste el fuego? – Preguntó Brow al tiempo que alzaba la tienda.
Gunnar asintió convencido de que una chispa mágica obligaría a arder la escueta fogata.
El campamento cobraba vida con la cotidianidad que parecía casi metódica en sus manos poco expertas. Las mujeres que seguían el campamento se tendían en los brazos cansinos de hombres violentos, de los guerreros luchadores que guardaban sus monedas de cobre solo por unos súbitos momentos de placer. En tanto el eco mudo se alzaba al viento, desprovisto de tonadas alegres, encareciendo los caprichos ajenos de hombres sin rostro que más pronto que tarde morirían.
El comandante Stoke apareció ante los jóvenes aprendices luciendo su blanco jubón impecable. El uniforme destacaba lustrosamente bajo la larga túnica abierta, dejando a la vista el rango superior que llevaba a cuestas.
-Jóvenes – Se anunció con toda la gala que solo él podía poseer – Solicitamos de manera inmediata vuestra presencia ante el concilio.
Gunnar y Brow se miraron confundidos. Jamás se habían presentado ante el concilio, no eran menos que aprendices de magos, y poco o nada podrían aportar en semejante reunión. Asintieron y arrastraron los pasos tras el comandante.
El concilio de los magos no era lo que Gunnar esperaba. Imaginaba el esplendor de épocas mejores al calor de esos magos que se creían poderosos. Sin embargo, era un pequeño recinto en el que ardía un fuego muy alto, y alrededor de este, se encontraban una veintena de hombres que podrían llegar a tener mil años.
Todos se giraron para ofrecer una gélida bienvenida.
Los jóvenes se mantuvieron con las bocas cerradas sin llegar a mediar palabra, a la vista de aquellos hombres que parecían hechos de piedra. Esos no parecían álgidos guerreros que blandían la espada en busca de una nueva gloria. Lucían como ancianos con poca fuerza para llegar a decir una frase entera sin que les faltara mucho aire en sus cansinos pulmones.
-Hemos de solicitar la presencia de los hijos del cristal – Anunció un hombre de barba blanquecina mirando a los aprendices – La guerra se ha desatado como una misión de rescate por lo que alguna vez fuimos
“Si bien es verdad, muchos de nuestros guerreros no han conocido tiempos mejores, nosotros pretendemos liderar esta marcha en busca de esa gloria que nos fue arrebatada – los presentes asintieron manifestando su acuerdo – Hemos luchado incansablemente, hemos sufrido importantes bajas, han mermado nuestras filas al límite de reducirnos a la nada
“Pero, nos mantenemos en pie fieles a nuestros principios. Queremos que esta guerra llegue a su fin, y creemos que la única manera de hacerlo posible es despertar a los dragones de la noche – El murmullo no hizo esperar – y los únicos que pueden hacerlo, son ustedes.
Los jóvenes se miraron confundidos. Ellos no poseían mayor don que el ser considerados aprendices. Y por esto habían dormido a la intemperie, sucumbido a las noches de hielo, remendado sus ropas por no poseer más que lo que llevaban puesto.
Y ahora necesitaban de un poder que habitaba en ellos.
Algo desconocido ensombreció los ojos de Gunnar, toda su vida se había resumido a ser un enclenque, una burla.
Gunnar no podía creer lo que estaba escuchando. Él era la escoria en ese ejército, había perseguido intereses meditados por hombres que se sentaban a presenciar batallas sin ser partícipes de estas, y ahora pretendían llenar el mundo de oscuridad despertando a esos seres desprovistos de piedad.
La verdad caía sobre sus ojos incrédulos que nunca antes habían sido testigos de semejante juego.
Él nunca había dejado de ser un aprendiz no porque no tuviese lo suficiente, al contrario, al concilio le convenía mantenerlo en el barro el tiempo suficiente, para luego reclamar su poder.
Aquellos magos supremos que se reconfortaban con logros ajenos habían jugado con los intereses de ellos, prometiendo la gloria, prometiendo una época de magos y esplendor que nunca llegaría.
Pretendían conquistar los tronos a merced de la muerte que sembrarían.
Gunnar se negó, convencido de que, si bien no podía dar marcha atrás a lo que había hecho, al menos ahora se retiraría. Porque se había dejado convencer negando sus convicciones para luchar por la de otros, y ahora comprendía que jamás debía creer en quienes con tanto aplomo se habían dedicado a reducirlo a simples escombros. No, Gunnar no contemplaría el despertar de los dragones, Gunnar marcharía en busca de otras aventuras, en busca de convertirse en el héroe que hasta entonces no había podido ser.
Una verdadera invitación a compartir los siguientes caminos de nuestro héroe Gunnar. Felicidades , un regalo.
Muchas gracias Jose Luis, espero traer a Gunnar pronto de nuevo por aquí. Saludos