
Las noches sombrías acobijaban los miedos impetuosos de aquellos hombres estúpidos. La taberna bullía entre los gritos absurdos de guerreros comedidos.
El pesar arremetía en sus vagos cuerpos de acero, hendidos por fríos puñales a la tenue luz del amanecer.
Las lágrimas de hielo se desdibujaban en el tierno terciopelo, ese que viste a la muerte, que la acompaña en los momentos fugaces que le suelen suceder, mientras, una sonrisa fija se ilumina, ellos la persiguen convencidos de haber ganado una nueva batalla, sin saber si quiera, que caminan por un filo desdibujado que se encamina directo al abismo.
La taberna de las olas silenciaba los gritos bajo el clamor intenso de una banda poco afinada. Era un lugar lúgubre, maltrecho. Escondido en lo más oscuro y lejano de una ciudad moribunda, poseía la animosidad de aquellos hombres grises, del temple osado con el que solían acudir a degustar un par de tragos. Ladrones, chantajistas y asesinos solían juntarse en un único lugar en el que no podían ser abordados por la llamada de la justicia.
Fenia se recostó contra el respaldo de su silla disfrutando del agrio sabor de una mala cerveza. Aquel sitio era un cobijo para descansar de los ojos impetuosos que solían seguirla en su camino.
-¡Vaya! – Exclamó una voz a sus espaldas al tiempo que la música cesaba – La gran hechicera Fenia ha venido a darse una vuelta en su antigua su ciudad. ¿Quién podría creer que el mundo os traería de regreso?
El hombre dio la vuelta para encontrarse con los ojos de ella. La mujer sonreía con la complicidad de quien recuerda a los malos conocidos.
-Una visita corta, me temo.
-¡Lástima! Sin duda alguna moríamos de ganas por enterarnos de vuestras aventuras, mucho se ha dicho de la magia que revuela entre vuestras piernas, y como haces suspirar a los bandidos que asaltan los camin…
El hombre no pudo concluir su frase, poco antes de articular la palabra, la hoja del puñal de Fenia se encontró con su cuello para acabar con la repentina participación de aquel idiota.
Los ojos de los presentes se volvieron hacia la mujer que volvía a disfrutar de su cerveza, entonces la música volvió a inundar la sala y todos olvidaron al hombre muerto que yacía en la sala.
La atención que recibía no era la que siempre necesitaba. Estaba allí por asuntos que requerían atención, estaba allí y pretendía no estarlo más que el tiempo necesario para dejar las cosas en calma, odiaba la maldita taberna, odiaba a esa gente. Un favor era el único alegato que podía haberla hecho volver, solo el tiempo estimado para poder desaparecer de nuevo. Entonces se alzarían las tonadas, su nombre correría en esas bocas sucias que no imaginaban la fortaleza con la que aquella mujer trabajaba.
La taberna de las olas despertaba toscos recuerdos que creía muertos. Había jurado no volver a una ciudad maldita en la que la muerte, había sentenciado todos sus sueños de grandeza. Argarmir, ciudad oscura, ciudad de horror.
Era la tierra de sombras que había visto nacer a una niña de tez dorada y una inocencia socavada, una niña que a los pocos años encontró el camino equivocado. Fenia no podía haber sido otra cosa, por mucho que se obligara a pensar en un futuro alterno, se convencía de que no estaba hecha para ser otra cosa que lo que era.
Un gruñido tosco le arrebató sus pesados recuerdos para devolverla al presente.
Alzó los ojos y se encontró con dos hombres de larga barba y un enano. Les dedicó su más encantadora sonrisa e invitó a sentar a su mesa.
-Has tenido algo de diversión por aquí – bramó Adamir echando una mirada al hombre muerto.
Los tres hombres pertenecían a una banda de marineros que asaltaban las rutas navales. Eran expertos del robo, conocían los mares y a quienes surcaban en ellos. Fenia los necesitaba para un pequeño encargo que debía satisfacer.
-No hay que otorgarle mayor importancia de la que tiene – replicó ella con naturalidad – Mucha gente me conoce en Argamir y las leyendas bajo mi nombre siempre me acechan, eventualmente es un tipo de atención que no deseo – carraspeó levemente – Pero, nos encontramos aquí por otra cosa.
-Sí, porque una dama que no lleva faldas ha decidido a venir jugar con hombres – replicó el enano.
-Disculpad a mi compañero querida – inquirió el otro intentando suavizar el tono de la conversación – Mi amigo no goza de buena reputación con las mujeres. Digamos que su temperamento y el poco tacto le ha granjeado una mala fama, por lo que ahora, como notáis, se encuentra de muy mal humor al sentarse frente a una mujer como a una igual.
Ella los miró largamente. No era la primera vez que enfrentaba aquel tipo de prejuicios. Para una mujer, abrirse paso en ese mundo era tan complicado como enlistarse en un ejército llevando vestido de terciopelo. En el gremio solo existían un par de mujeres de nombre conocido, el resto podían intentarlo, pero siempre acababan por fracasar y morir en manos de algún tirano sediento de poder.
Fenia, había enfrentado cualquier tipo de situación para ser considerada como una más. Había luchado con los dientes, se había dejado las uñas, y en muchas ocasiones, había demostrado poseer una capacidad superior a la de cualquier hombre. Pero era frecuente encontrar incrédulos, o simples idiotas que no podían asumir que ella poseía las mismas capacidades que cualquiera de ellos.
-Lo entiendo. La revelación que se me ha hecho procede de fuentes oscuras. Y sé de buena voz el temor de muchos hombres por ser igualados y en muchas ocasiones superados por alguien que, en realidad debería llevar faldas. Así, os sentáis frente a mí, en una situación absurda, pues según tengo entendido, nos necesitamos mutuamente.
En el aire flotaba una presión absurda, una que manaba de los pechos de aquellos hombres confundidos.
Ella solo observaba con el corazón en calma, no podía obtener un no por respuesta, y de obtenerlo recurriría a la espada o la magia.
-¡Asquerosa hechicera! Te crees con el poder de embriagarnos con tus mentiras, eres una simple puta, naciste para serlo, y ahora te crees con el derecho de exigirnos respeto a quienes nos dedicamos a esto con la seriedad que requiere – Chilló el enano alzándose mientras desplegaba sus manos sobre la mesa.
Todos se giraron a verlos. Una multitud presenciaba la conversación ansiando la caída de aquella hechicera fría.
En la taberna resonó un grito de dolor que no provenía de una garganta femenina. Fue un corte sencillo que acabó por dejar un muñón ensangrentado. Fenia se limitó a mantenerse en su lugar mientras limpiaba el filo con su capa. Los dos hombres se cuidaban con los ojos fijos en ella, a la expectativa de otro sutil y veloz movimiento. Ninguno había previsto el ataque, solo habían sentido una estela, y tras esta, el grito desgarrador de su amigo.
El enano intentaba sujetar la espada con la mano izquierda en tanto que la derecha rodaba por el piso, la cólera bailaba en una mirada de dolor, de angustia, de humillación.
-Tal vez – Inició Fenia – la rapidez es una de las mejores cualidades que posee una mujer, o tal vez, los estereotipos fijados por duendecitos como tú, son los que han minado vuestras cabezas y acaban siendo tomados por sorpresa.
Los dos hombres asintieron al unísono, aceptando así cualquier condición que Fenia tuviese para exigir.
Solía recurrir a aquellos trucos siempre que su contraparte se sintiese ofendida por observarla haciendo el “trabajo de hombres”, y sobre todo, cuando descubrían que podía hacerlo mejor que cualquiera de ellos. Pero esto no era un impedimento para Fenia, porque cada vez que había enfrentado la subestimación, había acabado por salir victoriosa. Y poco importaba el regusto amargo que les quedaba a tantos otros en el camino, finalmente se le atribuía el nombre de hechicera, no porque tuviese más dones absolutos que los de un hechicero normal, sino porque poseía un poder de convencimiento al que ninguno podía desafiar. Y como tantas otras veces, sonrió satisfecha de obtener el favor que se le concedía sin mayor pena.
Este relato es perfecto.
Muchas gracias Juanma, me alegro que te gustara, saludos 🙂