
La historia de Vittorio
Las nubes rojas giraban entre secretos oscuros amordazados al silencio. La noche sombría rescataba grises retazos de otras vidas, de susurros imaginados, de palabras rotas escritas a merced de la muerte.
El mundo se sumergía en una eterna desdicha, hombres, mujeres y niños se sumían al abismo de una esclavitud no declarada, perpetuada por un mundo falto de vida, dominado por el hierro, por el filoso y poderoso acero.
Vittorio, observaba el declive inequívoco en el que su tierra parecía abandonarse. La sangre suplicaba venganza, una venganza cruda, real y poderosa, una que finalmente cobrara las miles de vidas arrebatadas al calor del fuego, en un momento fatídico, donde la mortalidad fuese el peor castigo.
Llevaban una cruz a cuestas, ignorando los misterios de un amor no sentido, se resentían a la ecuánime resistencia humana. No formaban un mundo de mentes individuales que trabajaran en conjunto por la paz.
Sus semblantes no apreciaban mayor distinción que un cansancio rotundo, una mirada benéfica era un simple agotamiento de sus seres condenados a una mísera existencia.
Obligados a convertirse en un eslabón más que completaba el orden social, nadie parecía notar la obligación certera a la que se reducían, sin mirar más, la gente se acostumbraba a una rutinaria sumisión, a convertirse en simples vasallos adoradores de un régimen corrupto, de hombres viles movidos por la ambición y la codicia…
Vittorio ya no recordaba otros tiempos de paz, con tan solo diez años había presenciado la represión brutal a la que su pueblo fue sometido, en un abrir y cerrar de ojos, el mundo se extinguía en una noche sin fin, en un holocausto perpetuo, en el que, o era parte del sacrilegio, o se resumía a la nada, a una simple parte del todo llamada “estado”.
El denominado régimen acechaba como un devorador incansable. Pronto, sus vecinos, amigos o simples conocidos, eran desaparecidos en extrañas condiciones. Muchos, según decían, partían a nuevas tierras como un sentido de escapatoria al infierno cruel que vivían, de otros tantos, no se volvía a saber. Y dada la triste costumbre de las desapariciones diarias, por temor a sufrir el incesante dolor del adiós, simplemente ya no se preguntaba nada. Se volvían inmunes al silencio, piezas acabadas para formar parte de una sociedad unida, de un todo que satisfacía no solo a la nación, como querían hacerles creer, sino a una población abusada y reducida a la nada.
Ya nadie hablaba con nadie, cada uno se abstraía en cumplir su deber con la más absoluta monotonía. Allí la amabilidad y viejos recuerdos, pasaban a enterrarse en una fosa profunda, en el desconsuelo que por las noches afligía a varios corazones enfermos. Él no tenía nada, nunca había sido alguien de importante posición o vastos recursos, sus padres eran trabajadores de fábrica, desaparecidos una frágil tarde de abril, en la que se mencionaba habían fallecido a manos de hierro.
Se negaba a creerlo, imaginar la muerte de sus padres era duro, no se prestaba a ser partícipe de tan crueles rumores, aunque quisiera suponer que no era cierto, sabía que ya no volvería a verlos, y por triste que resultara prefería creer que habrían conseguido marcharse dejándolo solo para que pudiera sobrevivir por sus propios medios.
Y así lo hizo, como un niño de inteligencia aguda, logró vivir a las noches de hielo que atizaban aun sus recuerdos, prefería no volver la vista atrás, todavía quedaban muchas heridas sin sanar.
La vida se resumía a una poesía letárgica, a una vida de sueños adormilados bajo el temple de la guerra no proclamada. Las muchas profesiones que antes existían ahora se reducían a poco menos de una decena, no quedaban grandes pensadores, filósofos, escritores, ni profesores…
El pensar se resistía como un acto involuntario al que cualquier ser humano debía escapar, los demonios de cada intelectual acechaban, esperando la oportunidad correcta para atacar a sus presas, que caían como víctimas llevadas por la soberbia y el orgullo del no poder hacer lo que querían, consumidos y destruidos, dejaban sus cuerpos vagando, entregados a la nada, a un destierro decidido.
Alguien dijo una vez que en las peores crisis o circunstancias nacían las grandes ideas, y eso pasaba con él, quien, muy a pesar de hallarse sumergido en la mediocridad y conformismo de muchos otros, se esforzaba por las noches en búsqueda desesperada de alcanzar ese placer prohibido.
Vittorio soñaba con convertirse en escritor, no uno de esos a los que el régimen dictaba lo que debía escribir. No, él quería conservar sus opiniones frescas, alzar sus ideales, y que el mundo lo conociera por lo que realmente era, y no una farsa de la corrupción de un estado en quiebra. Y aunque sus escritos contrariaran a tantos otros, sentía la capacidad para no desistir, para no sucumbir ante el poder ajeno.
No quería hablar de cómo se veía su pueblo, él quería escribir de quiénes eran en realidad, de las vagas costumbres abandonadas en el tiempo, de los valores que alguna vez tuvieron, de sus luchas, de sus batallas eternas… Quería destacar la suma de todas las historias acorraladas a la nada, de sus padres, hermanos y vecinos, todos tenían una historia que contar que pocos deseaban escuchar.
Sería fácil el dejarlo todo, abandonar las ruinas caseras y huir en busca de un nuevo hogar, de un horizonte. ¿Podría subirse al barco y no mirar atrás? No tenía nada porque volver la vista, solo conservaba una parte del espíritu de su paz, esa parte olvidada y sentenciada, esa alma noble que su gente había desterrado… ahora él la llevaba y preservaba, como un gran tesoro cuidaba de ella, y tal vez cuando volviera, podría sembrar para ver crecer el fruto, solo entonces cuando el acero cayera, y los hombres notaran la individualidad que les rodeaba, cuando volvieran a ser personas y no piezas…
Y aunque se marchara, aunque decidiera olvidar el pasado y dar un paso al futuro, aunque sus recuerdos se extinguieran en el mar del adiós, su corazón albergaba el sentido de pertenencia del lugar al que correspondió, a ese lugar marchito abandonado a su suerte, en el que, a pesar de todos los males, por una vez conoció la felicidad.
Hermoso texto. Me lleva a cierto pasado de mi país.
Gracias Silvina, tiene algunos trozos de realidad 🙂 espero que continúes visitando el blog, saludos.