
He renacido entre el mar de las cenizas de la muerte.
No, no ha ocurrido nada en especial, solo un montón de trabajo que me impedía mantener los
blogs actualizados.
Y es que si escribía el diario no tendría tiempo para dedicarme a aquello que realmente ocupa
toda mi mente. Que es escribir ficción. Sí, hablo de esos relatos que semanalmente comparto por
aquí, o en el antiguo blog que llevaba.
Debo ser sincera y confesar que la última historia, “El llamado de los elfos” como planeo titularla,
ha costado un esfuerzo extra a mi creativo cerebro. Normalmente, no suelo tomarme más que un
par de horas si estoy inspirada, tal vez 3 si me encuentro cansada, pero esta vez, he tomado casi 4
horas. Y tras examinarla con ojo crítico, determiné que no me gustaba.
El proceso de autosatisfacción en mi caso suele ser tan distinto y cambiante que yo misma me
sorprendo. Con mi novela, El reino de Khatos, he atravesado miles de estados emocionales, en los
que he pasado de sentir que carezco de talento absoluto, a pensar que es una obra maravillosa.
Lo sé, siempre suelo cuestionarme qué tanto podría gustar a quienes me leen, pero antes de ellos,
y siento pedir disculpas por esto, debe ser completamente satisfactorio para mí.
Es decir, debo pensar que ese escrito, relato o lo que sea, ha colmado toda la energía que podía
darle hasta alcanzar su máximo elemento.
Muchas veces esto no ocurre. Entre trabajo, y la vida social que el mundo se empeña en
recordarme que debo llevar, me queda muy poco tiempo para esa sensación libertaria de dar
rienda suelta a mi imaginación.
Muchas veces siento la necesidad de dejarlo todo. Tomar una maleta con un par de libros, los bolis
de color y mis maravillosas libretas para irme a recorrer el mundo.
Tal vez sea un sueño trillado de escritor, pero poder pensar en satisfacer ese don curioso, y el
poder aprender de tantas culturas diferentes sería tan enriquecedor para mi espíritu de escritora.
Pero no, mañana debo volver a madrugar, estar en la oficina unas 8 horas, luego regresar a casa y
preparar la comida del día siguiente, y si queda tiempo, leer un par de páginas.
Creo que la vida debería ser una completa entrega por aquello que nos apasiona, que deberíamos
borrar esas cadenas que nos mantienen atados como miedos aferrados.
Pero… ¿Quién soy yo para decir cómo debemos vivir? De momento me entrego a las noches en
vela, a las páginas en blanco, y muy eventualmente a esas ansias locas por vivir con espada en
mano. Ya seguiré contando lo que queda de esta aventura, si me tomó un café, muchas veces
siento que ese tiempo no está muy lejos.
A propósito de los 80 años de “Lo que el viento se llevó” debo confesar que la leí hace un par de
años y se convirtió en una de mis obras favoritas. Por supuesto, hoy no podía perder la
oportunidad de hacer mención a ella.
No me importa lo que digan, si es muy comercial, racista, sexista o lo que sea. Simplemente hay
que leerla y situar nuestra cabeza en esa época, porque la narración es sublime, y Mitchell tuvo
una pluma magistral.